Llegó la fiebre de la piel, florece la desvergüenza de lo impúdico. No quedan rastros del frío en el espíritu.
Nos lanzamos a vivir noches de raso, con suaves brisas nocturnas, deseando poder recibir el calor del nuevo día, tras nadar y sumergirnos en una sedosa y perfumada piscina en forma de bronceado cuerpo.
Aparcamos el verbo del compromiso, y nos lanzamos al atractivo espacio de la aventura, al que recibimos envueltos en blanco algodón, una calida noche en el que el único sonido de fondo son las olas, mientras unos labios de otras tierras y frescos como la fruta, recorren nuestro cuerpo.
No son necesarias promesas, ni compromisos de futuro. Lo que hay es lo que ves.
No existen títulos ni cargos, ni sabes, ni sé. Y si nuestras miradas se encuentran en el terreno invernal, tan sólo una suave y silenciosa sonrisa cómplice, marcará nuestro saludo.
Me gusta amarte en verano, mujer.