Las Fantásticas

¿Qué conlleva ejercitar la inspiración dentro de un marco periodístico? Pues que algunos lectores sientan empatía con el texto y otros el más grande de los desprecios. Eso pensé el otro día mientras observaba un pintoresco grupo de señoras estupendas, desde mi hamaca, en un establecimiento de ocio playero…

Como lagartijas enfundadas en una aureola de mala leche recorren el pequeño camino de madera que separa el mini-bar de las tumbonas. Sus cuerpos son excesivamente enjutos, en el que cuelgan los pellejos de la maldad y una infinidad de abalorios.
 No dejan de obsérvalo todo con su copa de Martini en la mano.

Ante cualquier comentario divertido de su conversación, sueltan unas escandalosas risotadas, por aquello de hacerse notar, todo muy vulgar, pero ellas ni se dan cuenta.
 Bajo la sombra de su parasol esconden su arma de destrucción masiva, sus tablets. 
Utilizando la pócima mágica del WiFi del hotel, navegan por sus perfiles en una conocida red social, donde les crecen por minutos los maromos, ¡somos divinas!, se dicen en voz alta mientras ríen, y se enseñan sus respectivos ciber-pretendientes.

No ven o no quieren ver, que sólo son recursos temporales para aliviar la pasión frustrada del cazador barato,  que tras una noche de desastre seductor, se aferra a una tabla de salvación, y las llama a altas horas de la madrugada empapado en alcohol, sudor y derrota.
 Ellas, las tres “estupendas”, se creen las diosas del averno sexual, se sienten deseadas o eso creen. Y con gran alborozo y ni pizca de vergüenza comentan sus aventuras carnales:
 “Mira este, utiliza el apodo de Maximus,  me llamó desesperado de madrugada, rogándome, suplicándome… lo tengo loco;  me jura que nadie le hace una felación como las mías”.

Llega la noche, y mientras sus dos amigas se están “cenando” a uno de los socorristas del resort, la realidad es bien diferente para la tercera, en la soledad de su habitación de hotel ahoga con alcohol y lágrimas el recuerdo de tiempos de gloria.
 Y únicamente es testigo silencioso el gigantesco dildo que la espera en la oscuridad del cajón de su cómoda, ese que siempre le es fiel a su llamada de pasión.
 Hace rato habló con su hija, que está con su pareja de viaje en Menorca.
 Suena el teléfono de la suite, y se abalanza sobre él esperando que sea su potro ocasional.
..

—“¡ Hola, hola.. !”

—“Hola cariño, ¿no te desperté verdad?,  tuvimos buen vuelo y ahora he llegado a mi hotel. ¿cómo te lo estás pasando ?”

—“Bien, bien; Gerardo estaba dormida, ¿hablamos mañana?”.

¡Quién me mandaría a mi casarme con un piloto!, que pesado con las llamadas, 
a ver si llama Maximus…, ¡uff !, que ganas le tengo, piensa, mientras busca a su silencioso amigo en el cajón.

El matrimonio, algunas veces; es la muerte de la pasión.